¿Qué mueve el coronavirus en América Latina?

El 6 de abril recién pasado la Organización Panamericana de la Salud (OPS) reportó una duplicación de casos en solo siete días en Latinoamérica, situación tras la que la directora de la entidad, Carissa Etienne instó a los gobiernos a prepararse para responder a la misma velocidad. Sin embargo, la situación no es fácil de abordar considerando las grandes desigualdades existentes y las particularidades propias de cada territorio. 

En este contexto, el Núcleo Milenio Movilidades y Territorios MOVYT quiso hacer una breve reflexión desde el continente, enmarcada en la perspectiva de la movilidad, invitando a diversos investigadores e investigadoras a preguntarse qué mueve el coronavirus en América Latina, para sumergirnos en el impacto cotidiano de las cifras.

Conversamos con académicos de México -el quinto país más golpeado de Latinoamérica que entró en cuarentena mucho después de que el virus ingresara al territorio-; Colombia -donde se ha solicitado ayuda internacional para atender a miles de venezolanos mientras se exacerba la crisis económica al interior- y Brasil -el más grande de Sudamérica, epicentro de contagios y polémicas por la definición inicial de medidas para enfrentar la pandemia-. 

Pandemia en las ciudades

“En México estamos en fase dos. Nos dijeron que nos quedáramos en casa y eso ha hecho que la movilidad disminuya” explicó la antropóloga mexicana Sandra Tanisha, agregando que en este contexto hay que pensar en una nueva desigualdad, la de quiénes pueden parar y quiénes no “acá, por ejemplo, hubo una marcha de los organilleros, grupo que vive de lo que las personas le dan día a día ¿cómo van ellos a parar sin ayuda en tiempos de crisis?”, pregunta.

Su compatriota y colega Soledad Díaz, doctorante de la Universidad Autónoma Metropolitana de Azcapotzalco, refuerza la idea diciendo que la enfermedad no discrimina, pero las condiciones sociales sí, ya que hay mucha gente que tiene que salir a trabajar todos los días para poder mantenerse vivo “dicen que si no los mata el virus los va a matar la pobreza, entonces, prefieren salir a chambear (pitutear) como todos los días en vez de quedarse encerrados”.  

En tanto, en Bogotá, una de las ciudades colombianas más afectadas de ese país por el coronavirus, emerge la experiencia de las personas en situación de calle. Tal como nos cuenta la investigadora de esa ciudad Carolina Rodríguez “aquí se han cerrado los hogares de acogida para evitar aglomeraciones, lo que les ha hecho perder una de las principales fuentes de cobijo y comida. Por otra parte, dejaron de recibir la ayuda que les otorgaban los transeúntes que circulaban diariamente por las calles”.

Rodríguez explica que Bogotá es una ciudad fría, donde se pueden sufrir muchas enfermedades respiratorias desde tuberculosis a Covid19 y detalla otra de las situaciones graves que está ocurriendo en el contexto de la pandemia: la expulsión de migrantes desde residencias compartidas, donde existía gran hacinamiento “son personas de muy bajos recursos que pueden pagar condiciones muy precarias, que se rebuscan todos los días para lograr cubrir la noche de su alojamiento. Ha habido expulsiones de grupos y familias enteras por el no pago”. 

También en Colombia, la socióloga y cientista política María Ochoa refuerza explicando que aunque se prohibió el desalojo de migrantes, éstos siguen siendo expulsados de donde viven, lo que a la vez ha provocado que muchos venezolanos quieran retornar a su país, en medio de una situación muy compleja en la frontera colombo venezolana “si bien está cerrada, hay una operación antidrogas de Estados Unidos que está debilitado el sistema de salud de Venezuela, el acceso a medicamentos, el personal de salud. Hay un fuerte deterioro de las clínicas después de todos estos años de conflicto”, opina.

Mientras tanto en Brasil, Felipe Mujica, investigador del programa de turismo de la Universidad de Sao Paulo, explica que las personas se han quedado en sus casas según las instrucciones del gobierno provincial “ya que el gobierno federal incentivó a las personas a ir a la calle, trabajar y seguir con su vida normal. Acá, en cambio, estamos preocupados por la salud de las personas, pero infelizmente los buses están trabajando con el 40% de sus vehículos, por lo tanto, están súper llenos, con personas incómodas, apretados y entonces un gran riesgo de epidemia”.

Añade que desde el punto de vista de nuevas prácticas o experiencias la gente está aprendiendo a trabajar en red de forma virtual “un mercado que ha crecido y crecerá mucho es el de ventas en línea, por la logística para disminuir los gastos en tienda, también el de la venta de comida”. En este marco, reflexiona respecto al futuro de las movilidades. Para él, estamos viviendo algo que tal vez cambie para siempre la manera de funcionar de la sociedad ya que muchas empresas se darán cuenta que es posible trabajar desde casa considerando el alto costo que implica mantener oficinas: “como ergónomo me preocupo, ya que habría que garantizar que las personas trabajen en lugares adecuados si están en casa”, dice. 

Por su parte, la Ingeniera en Transporte brasilera Mariana Souza se pregunta: ¿dónde comenzó la epidemia? y ¿qué tan rápido se mueve? Para responder explica algo que le llamó la atención el primer día de cuarentena “miré el mapa de la ciudad de Río de Janeiro y me di cuenta de que los puntos de contagio coincidían casi perfectamente con las estaciones de metro. El metro, entre tantas otras cosas, es ejemplo de la desigualdad socioeconómica y territorial en la ciudad. En los últimos años ha recibido la gran mayoría de los recursos, principalmente por el mundial 2014 y las olimpiadas 2016, en comparación con los otros modos, es el modo de transporte con mejor calidad y sirve a los barrios más ricos de la ciudad”. 

Un acercamiento a lo íntimo de la pandemia

La mexicana Soledad Díaz cuenta “Yo vivo en una colonia cerca del aeropuerto en Ciudad de México  y he notado que la gente que permanece en mi condominio -ya que hay muchos que continúan con la vida pública- cocina más, por lo tanto, se mueven más los olores”. Continúa narrando que también circula el ruido doméstico, los juegos de los niños y la creatividad, pues te ofrecen todo tipo de cosas para distraerte. Sin embargo, también se mueve el miedo y las emociones. Hay ansiedad, frustración, incertidumbre en la población respecto a lo que va a pasar “y eso es algo que tenemos que enfrentar”, concluye. 

La también mexicana Tanisha Silva, piensa que con la pandemia estamos viviendo una nueva forma de tiempo ya que, pese a que no tengamos que levantarnos temprano o llegar a ciertos lugares en determinadas horas, tratamos de armar una nueva rutina. Por otra parte, el miedo influye en que tengamos insomnio, lo que hace que algunos nos despertemos mucho más temprano, al mismo tiempo que modifiquemos nuestros ritmos de comidas o ciertas prácticas personales (bañarnos, por ejemplo), ya que estamos intentando reconstruirnos en medio de una espera continua “veníamos al ritmo rápido que el capitalismo y la globalización nos exigen y, ahora, estamos en un tiempo suspendido, esperando”. En la misma línea, la investigadora reflexiona sobre la sensación de los que están afuera, quienes también percibirán el tiempo de una manera distinta pues los desplazamientos se hacen más rápidos por la falta de gente en las calles y aparecen nuevas complicaciones económicas y sociales.

El brasilero Felipe Mujica, quien tras dedicarse a la ergonomía se involucró en el estudio de las movilidades, cree que también es importante pensar que las personas puedan organizar lo laboral y lo familiar con el teletrabajo ¿va a ser bueno o malo?, se pregunta, ¿vamos a evitar algunos trayectos, como el de llevar los niños al colegio y luego ir al trabajo? ¿disminuiremos con eso los tacos? Agrega que quizá nos demos cuenta de que es más sostenible económicamente vivir en comunidad y, así, disminuir costos, compartiendo más espacios comunes de trabajo, como el coworking, y la vivienda “con estructuras divididas para ciertas actividades en vez de que todo sea individual (como la lavandería, por ejemplo), para que las personas se muevan menos y vivan de otra manera”, concluye.

En este escenario, el antropólogo mexicano Luis Adolfo Ortega expresa que como la movilidad no es igual para todos, resulta clave pensar en una movilidad comunitaria, solidaria. Dice que, aunque asumimos nuestro cuerpo como algo individual, necesitamos imaginarnos una corporalidad colectiva no solo porque nos sabemos rodeados de otros, sino que porque esos otros necesitan que yo me cuide y yo necesito que ellos hagan lo mismo. 

Así, cuenta que, como vive en una colonia de CDMX con mucha población mayor, vulnerable, los vecinos más jóvenes han conformado comitivas para abastecer a las personas que lo necesiten “a través de llamadas o mensajes telefónicos se nos avisa y, al interior del grupo, nos ponemos de acuerdo para saber quién puede hacer las compras. Quien realiza el mandado va a la casa, recoge la lista, el dinero y, en algunos casos, los adultos mayores dicen el lugar donde ellos compran, así, se movilizan a través de otros”.

Al parecer, este corporalidad colectiva que nos puede cuidar a todos está funcionando en algunas partes y en otras no. El desafío está entonces en afrontar la pandemia juntos, pese a que se movilizan permanentemente el tiempo y el espacio, confundiéndonos e instándonos a transformarnos. 

Más allá del espacio urbano

Continuando con la experiencia colombiana, en este caso, la de la frontera colombo-venezolana, la investigadora María Ochoa explica un caso particular de quienes viven la pandemia desde formas de vida diferentes a las de los estándares urbanos tradicionales, los wayú, pueblo que habita en este territorio. 

La académica explica que ellos están sufriendo las consecuencias del aislamiento por diversos factores particulares de su situación, entre los que se encuentran la falta de agua (lo que complejiza el necesario y permanente requerimiento de lavarse las manos), las dificultades de comunicación (ellos hablan su propia lengua), la altísima tasa de desnutrición infantil (que los pilla con una inmunidad muy deteriorada), entre otros. 

Pese a que se están activando donaciones e intentando entregar información en su lengua, el panorama es complejo pues viven en territorios altamente dispersos y aislados. Además, su forma de vida, la ranchería, implica que familias extensas compartan muchos espacios. Hay lugares que son privados -donde cada uno duerme, por ejemplo-, pero muchos otros son comunes, con un alto flujo de personas “no ha habido una lectura diferencial ni indígena de esta crisis. La restricción de la movilidad, el aislamiento y la sanción policial es poco efectiva en este caso. Debería abordarse teniendo en consideración otras concepciones de la movilidad”, dice. 

 

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